miércoles, 25 de abril de 2007
















Curvas cerradas

Lo prometido es deuda. El sábado tempranito salimos en caravana hacia Pinglin. Como vivo en la parte sur de la ciudad, fuimos en MRT hasta la estación final de Xindian, donde se pueden tomar buses a Pinglin, Wulai, Sanchia, y otros lugares interesantes.
Los buses a Pinglin sales aproximadamente cada hora, a la hora y cuarto. Justo fuera de la estación de tren, hay un quiosco del Gobierno del Distrito de Taipei, donde pueden darle una hojita con los horarios ida y vuelta, así como mapas, y demás etceteras para turistas despistados.









En la estación de bus fuimos acosados por una bandada de taxistas piratas, que ofrecían sus servicios de guía para Wulai. Salados, papitos, porque puedo leer chino y saber que: 1. No me estás cobrando mucho, pero sé que en el restaurante o centro de aguas termales que me dejes te van a dar propina. 2. Los buses de Wulai pasan cada media hora. Y 3. ¡De por si yo voy para Pinglin, te lo digo por quincuagésima vez!

Una vez en el bus, disfrutamos del paisaje junto al río. Arboles preciosos, casitas coquetas, escuelas como estampas típicas. Unos cuantos residenciales tipo colmenares todavía nos acompañaron un rato –persistentes- hasta que empezamos a subir una cuesta como Cambronero. En serio, era como pasar por el Cerro de la Muerte, neblina y todo, con la excepción de que era en una carretera, que si bien no era nada ancha, sí estaba mejor demarcada, con espejos en las esquinas, paredes de contención, y sin tanto loco acelerado. No obstante, el chofer, como llevaba algo de hambre porque había comprado su bientang (casado chino empacado en una cajita de cartón), se le ocurrió a medio camino comenzar a acelerar... en esas curvas. No sentí temor de algún accidente en ningún momento, ya que no iba tan rápido subiendo la cuesta, pero el problema es que el efecto centrífugo en mi aparato digestivo fue catastrófico. Me pareció volver a tener cuatro años en esos viajes largos a Limón, dejando en el camino el desayuno tan rico que comía uno en Cervantes.









Para no cansarlos con el cuento, llegué yo primero y mi estómago después. El lugar estaba vacío; desde que abrieron el Túnel Shueshan, el más largo de Asia, para cortar camino a Ilan, la gente ya no precisa subir esa cuesta monstruosa y prefiere la autopista que lo deja en la costa este en 45 minutos, por lo que Pinglin ha perdido algo del tráfico de turistas de fin de semana. Ahora solamente buses de chinos continentales o excursiones ya sea de motociclistas de más de 2500 cc, empresas algo tacañas, o ciclistas masoquistas pasan por la zona. Lo cual es una pena, ya que el paisaje es bellísimo.
Sin embargo, salimos rascando, ya que no se veía un lugar para comer ni en pintura. Eso en Taiwan es algo rarísimo. Ni siquiera un 7-Eleven. Umph, sospechoso. El colmo fue que en el Museo del Té sólo tenían helados, semillitas y pare de contar. Así que tuvimos que caminara a la entrada del poblado, donde por suerte había un café al aire libre, con vista al río. ¡Ahh¡ La comida estuvo buena, el paseo corrongo. Y lo más importante, la pasamos bien. El problema fue regresarse a Taipei pasando las mismas curvas. ¡Hugo!