martes, 17 de junio de 2008

Goticas 2

Lunes por la mañana. Voy en el primer coche del metro, donde hay espacio extra para las sillas de ruedas y las bicicletas. Se monta una señora extranjera con una bebé rubia en coche, y una más grande con facciones más achinadillas de la mano. El conductor del tren se sale de su cabina y supervisa su paso dentro del metro al mismo tiempo que vigila la entrada y salida de los demás pasajeros. La niña más grande lo saluda con la mano y él le devuelve el saludo con una sonrisa.

El metro va hasta el alma en hora pico. Todavía no hemos llegado como en Japón que nos metan como sardinas a empujones pero acá, si a usted le toca a la par una señora cuarentona, póngase vivo. Esas son buenas para darle un codazo y pasarle adelante o quitarle el campo. Ojalá vengan cuatro en puño, y eso sí es cosa seria. Más calmados son los grupos de viejitos, pero esos van en los buses generalmente, y no en horas pico. Como tienen descuento, aprovechan para pasear en grupos. Los estudiantes van leyendo, los shan ban tzu –la tribu de los trabajadores- dormitan.

Llegamos a la Estación Central. Ahí formamos lo que llamo “el desfile de las hormigas”. Se lo hago notar a una compañera de trabajo que me topo en la esquina, al esperar el cambio de semáforo para pasar la calle. Cuando estamos esperando allí, estamos agrupados irregularmente en molote, pero apenas cambia la luz, hacemos fila india, para ingresar por las puertas de los edificios como hormiguitas en su nido...

Pongo mi almuerzo –arroz, garbanzos con cerdo y camote asado- en la máquina de vapor–más saludable que el microondas- donde se mantendrá frío hasta el medio día, cuando la máquina cambia de setting automáticamente y lo calienta. En la oficina, primero desinfecto el teclado, la mesa y el teléfono, antes de empezar a bretear -tenemos una plaga de cucarachitas. Café a media mañana, almuerzo, té de la tarde, y a las seis, de vuelta a casa.

Llamo a mi tío que me está ayudando con unas vueltas, que requieren ir a Chepe City Centro. Le pido que si de paso me puede tomar unas fotos de la avenida, del Banco Negro, la vista desde La Gloria. “Sólo que me lleve un par de guardaespaldas”, me contesta. Le pregunto por la cámara que le compré. “Ya no la saco de la puerta”, me cuenta. Tampoco la de video. “Nadie sabe que tengo cámara. Ahora lo llegan a buscar hasta la casa. Viera cómo está ésto”. Es pensionado, divorciado, y prácticamente no sale de la casa. Lo mismo mis tatas. Llamo a ver qué van a hacer el Día del Padre. Mi tata ronca acurrucado con mi sobrinita de 3 años.

Leo los titulares de la prensa nacional. Casas para familias en extrema pobreza tendrán cielorraso. Ahora resulta que tener cielorraso es un lujo tal que amerita titular en el periódico. Ayer por cierto estaba tratando de tomarle una foto a un barrio cerca de la Estación de metro Technology Building. Hay 45 edificios, de 15 pisos. 45 torres apiñadas, idénticas. Legítimos colmenares. Eso sí, a la par del metro. Son familias de clase media, construidos casi 20 años atrás. Distan mucho de los multifamiliares en Hatillo. Que va. Las torres nuevas están lindas pero a la par –o encima del metro- más allá de lo que puedo pagar ... ni para alquilar. Lo bonito es que el metro está ahí para movilizar toda esa manada de gente a sus respectivos trabajos, escuelas, etc.

Al menos a dos parientes los estafaron en Tiquicia –y digo estafa, aunque sea normal- vendiéndoles una casa que con costos tenía conexión eléctrica. Todavía no saben dónde andan las aguas negras. El agua llega a ratos y Dios sabe cómo. Llevan dos años, y el ICE no puede poner el teléfono porque las urbanizadoras, que deben poner las torres y nos se que otra vaina, se hicieron los locos. Las calles tienen una pintura de asfalto. Como venden terrenos en la urbanización, hay gente que, construyendo las casas, viven ahí. Una familia se quedó sin plata a medio camino y viven en la estructura gris, sin cielo raso, ni piso. Y esto se supone que son barrios de “clase media”, nada barato, ni de “proyección social”. El mayor proveedor ahí trabajaba en un sportsbook. Claro, cada barrio viene con al menos un “narco”, que todos saben que es narco por los carrazos que anda, las viejas que se levanta, y los pachangones que se arma en la madrugada. Una vez a la semana hay balacera estilo del Oeste con los robacarros. Lo que uno esperaría de Los Cuadros pasa en plena sala, a 10 minutos de la Muni. Y mi gente tiene niños pequeños.

Con el corazón algo pesado, saco el perro a dar una vuelta ya para que haga sus cosas. Son las 10 de la noche y todas las tiendas están abiertas, los consultorios están llenos de gente, y los chiquillos apenas van llegando a la casa de las escuelas suplementarias. Me acuerdo de pasar por el pan fresco –acá las panaderías sacan el pan por la tarde, no en la mañana. Me compro una limonada con aloe y me siento en el parque a disfrutar de las últimas noches frescas. Mañana lloverá y no sé si se van a poder ver las estrellas.