martes, 8 de abril de 2008

Vigilia por Tíbet


Como individuo, un ser humano solo puede sentirse impotente al enfrentarse a la injusticia. No obstante, como dijo Pope, “no man is an island - ningún hombre es una isla”. Me gusta mucho un anuncio que alaba el poder de uno. Aunque sea por propósitos comerciales, de vez en cuando hay que animarse a dar el paso al que llama la decencia, y ningún corto puede generar mayores sentimientos en ese departamento que la imagen del hombre frente al tanque en la Plaza Tiannamen. Peor es cuando se sabe cómo terminó ese evento.

Supongamos que usted conoce a alguien que dice: “Yo soy Fulano de Tal, empresario exitoso”. Si usted no sabe nada de esa persona, confía en lo que ella dice, y más si otros lo repiten. Si resulta ser que los hechos no apoyan sus afirmaciones, uno empieza a desconfiar pero piensa que puede que tenga razones de peso para las discordancias. Sin embargo, resulta que Fulano organiza una fiesta y cuando usted va a su casa, se encuentra con un revoltijo: comida en mal estado, conflictos familiares, y cobradores en la puerta. Cuando se lleva a alguien a la casa, no hay mentira que se sostenga.

Lo mismo está pasando ahora en China. Se presentó ante la comunidad internacional como un miembro responsable, y pensó que podía poner los conflictos debajo de la alfombra por mientras duraba la fiesta de las Olimpíadas. No me malinterprete, los chinos son gente admirable, pero al igual que los latinoamericanos, sufren de gobiernos que no se merecen. Asimismo, al igual que los latinos, justifican muchos de los problemas que ellos solos se han buscado, o peor, creado, en un revanchismo que tiene origen en un sentimiento de inseguridad -por no decir complejo de inferioridad. Se minimizan las capacidades propias –que son muchas-- por esperar un deux ex macchina que no llega, o se cae en un malinchismo de vender la patria por un plato de lentejas. No obstante, ellos sí han llegado bastante lejos por el esfuerzo propio y por tener visión a futuro. Sin embargo, todo eso esta en peligro por seguir con la mano dura y la maña de presentar toda una fantasía orweliana de la realidad, en vez de aceptar la vida tal como es, con sus altibajos.

Ya antes había definido que vivir en Asia es como pasar al otro lado del espejo. Pues bien, sigo sosteniendo esa teoría para explicar que el contexto cultural implica una visión de mundo completamente diferente. Aún así, vemos que hay cosas que no se pueden ocultar ni aceptar como seres humanos, ya que no se puede tapar el sol con un dedo, y que como decían los abuelos, “si el río suena, piedras trae”.

Sinceramente, preferiría que los atletas taiwaneses no participaran en Pekín, no como protesta, sino por su propia seguridad. Ya desde meses antes, los incidentes y las protestas dejaban entrever la presión que caldea debajo de la superficie móvil del progreso económico. Para peor, lo que empezó en Tíbet cunde por varias provincias –cada una más grande que Centroamérica y varias veces-- y ahora el bochorno de las protestas contra la antorcha olímpica –costumbre iniciada por los nazis, ni más ni menos-- hacen necesaria una reivindicación para “salvar cara”. En mandarín existe la expresión “matar al pollo para asustar al mono”. No sea que los atletas de Taiwan terminen siendo el pollo de la fiesta.

Los dejo con un par de fotos de la vigilia y el concierto en pro de Tíbet, llevado a cabo en Taipei.